Recuerdo cuando mis compañeros y yo comenzábamos la carrera, cómo todos los profesores le daban una gran importancia a la diferenciación. Teniendo en cuenta el ámbito profesional en el que nos estábamos metiendo, era lógico que insistieran en que destacásemos del resto con alguna habilidad. Podrías ser un genio del Photoshop e Ilustrator, un maestro de las RR.PP. que dominase muchos idiomas, entre ellos el chino, o, por aquellos entonces, convertirte en un profesional de las nuevas técnicas de marketing que comenzaban a vislumbrar: todo lo relacionado con el mundo digital.
Personalmente no me decanté por destacar en ningún ámbito, pero sí fue de las primeras en dominar Twitter, cuando la mayoría de la gente no sabía ni cómo se pronunciaba. Y poco a poco fui abriéndome cuentas en las diferentes redes: cree mi tablón en Pinterest, acompañaba a unos cuantos chinos en Google+ e incluso destacaba como fotógrafa en Instagram.
Sin embargo, esa iniciación se quedó ahí. Bien podría haber aprovechado el tirón y abrir mi primer blog en su debido momento. O podía haberle dado caña al SEO y al SEM para convertirme en una experta a la que acudiesen los principales empresarios en esos tiempos primitivos. Así que, a pesar de que se puede decir que soy una “presencia activa” en el Social Media, he tenido que seguir los consejos de los profesionales que me he encontrado actualmente para retomar aquellos conocimientos iniciales y ponerlos en práctica.
¿Y qué era lo primero que tenía que hacer?
EXISTIR. Es decir, lo primero que hacemos cuando queremos comprar un producto que no conocemos muy bien, es buscarlo en Internet. Al igual que una empresa de la que oímos algo, o algún personaje célebre. Pues bien, las personas “anónimas” también tenemos que ser alguien en esta red de redes. Que nos busquen y nos encuentren. Por ello, tener tu propio dominio es básico y fundamental.